La Paz es un escenario donde confluyen y chocan diversos actores sociales, económicos y políticos. Ya sea porque es la ciudad con más concentración poblacional de Bolivia (alberga al 17,6% del total de la población según el último Informe Nacional de Desarrollo Humano del PNUD), o porque es el centro político del país (contiene al 3 de los 4 poderes del Estado, es decir al poder ejecutivo, legislativo y electoral).
Este escenario se presta fácilmente a la conflictividad, como se puede ver actualmente a través de las protestas, bloqueos y paros de distintos actores socioeconómicos. Como paceña, puedo notar que las demandas se están acumulando, frente a un sistema político que es incapaz de atenderlas eficazmente. Después de un periodo de relativa estabilidad, parece que hay sectores de la sociedad que reclaman al gobierno central la atención oportuna a distintos problemas, como por ejemplo la seguridad laboral y el derecho al trabajo; o la mejora de la calidad de vida.
Es en este contexto, donde los paceños y las paceñas aplicamos una relación de alteridad con los demás bolivianos y bolivianas. En una ciudad rica en diversidad étnica y cultural, estamos acostumbrados y acostumbradas a convivir con los ´´otros´´. Es cierto que aún mantenemos la tradición colonial de ocultamiento de las minorías. Sin embargo, se están rompiendo las imágenes preestablecidas y se está generando una consciencia ética de visibilizar e internalizar las demandas de todos los actores sociales al sistema político.
Es criticable que estas acciones estén partiendo de la sociedad civil y no del gobierno central, que parece mantener la lógica de legitimar la dominación a partir de la dicotomía (apoyas al partido oficialista o eres opositor). Sin embargo, la vida cotidiana nos demuestra una práctica de interculturalidad constante, es decir un reconocimiento recíproco a través de la interacción participativa de las personas.
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